jueves, 16 de diciembre de 2010

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Dicen que enamorarse es un acto reflejo, como tener miedo. Yo fui una niña sin miedo. No me asustaban los fantasmas, ni los monstruos, ni la oscuridad. Podía mirar debajo de la cama segura de que no había esqueletos, ni vampiros. Podía enfrentarme a las niñas de quinto segura de que no me quitarían la merienda. Y así hasta hoy. Segura de que puedo coger una mano, y avanzar sobre un callejón vaciando el cargador. Porque no es eso lo que me da miedo. Lo que me da miedo realmente miedo es que esto desaparezca como un chasquido entre el pasado y el futuro. Que no vuelva escuchar esa risa suya característica de por las mañanas, que no vuelva a sentir ese picor en mi mejilla de su barba de tres días, no volver a percibir el olor de cada uno de sus besos.

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